There is a hell, believe me. | Troublemaker
:: Sympathy for the Devil :: Tierra
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There is a hell, believe me. | Troublemaker
I've seen it.
“23 Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno” (Lucas 16:23).
Muchos han sido los humanos que han intentado escribir, narrar y orar sobre el infierno, ¡pobres de ellos! pues nunca lo han conocido y no se hacen siquiera una mínima idea de cuan horrible y duro es. Cuadros, libros y supuestos testimonios de una inmensa cantidad de mortales, de simples mundanos, hay esparcidos por el mundo de los vivos. Lo suelen pintar como un lugar lleno de grandes llamas, así como lo describió Dante una vez, un lugar en el que corretean pequeños demonios que han sido enviados para sacar las almas de aquellos pecadores que son destinados a la larga vida en el mayor asadero del Universo. Hay, además, quien lo ve como todo lo contrario: un enorme glaciar en el que todos aquellos que no han escuchado a Dios y le han obedecido en todo, en absolutamente todo lo que se le antojaba a aquel ser supremo, son condenados a morir congelados. En definitiva, el infierno siempre ha sido y será definido como un inhabitable lugar, devastado y acabado, indigno para vivir, descrito como un lugar al que absolutamente nadie querría ir en su sano juicio. Y, bueno, realmente no estaban del todo equivocados aquellos que se encabezonaron con advertir a los que aún tenían la posibilidad de enmendar sus errores para que no cayeran en el desasosiego y la perdición de aquel inframundo. En cambio, pensándolo de un modo más racional, aquellos resultaban ser, en realidad, simples hipócritas que se imaginaban un mundo peor que el propio para sentirse mejor consigo mismos. Inútiles. Mientras todos ellos pasaban sus días preguntándose por lo que les depararía una vez les llegara la hora, aquellos seres que se imaginaban con una apariencia horrible y, la mayoría de las veces, con piel rojiza y unos cuernos situados en la frente, se reían a carcajada limpia de la estupidez que siempre había caracterizado a la humanidad.
El infierno estaba dividido en diferentes niveles, no de profundidad, sino jerarquicamente. Sí acertaron aquellos estúpidos en cuanto al poder de un demonio mayor que gobernaba aquellos lugares: Lucifer. Bajo su mandato se encontraba el resto de los demonios, entre los cuales se podían encontrar, a su vez, diversos subtipos: Belcebú, quien era la mano derecha del mismísimo Lucifer, aquel encargado de aconsejarle en todo momento, siempre y cuando fuera llamado para formar parte de la última elección. Astarot, quien era encargado de asignar un destino a cada uno de los recién llegados, un lugar en la jerarquía. Asmodeo, el encargado de provocar las guerras y el hambre en el mundo, el principal enemigo real de los querubines y demás ángeles rechonchos y cabezones que habitaban el Cielo. Azazel, el encargado de robar los mensajes que Mercurio tiene que entregar a la tierra, ladrón de las almas puras y cartero del demonio, es aquel que se encarga de informar a cada uno de los demonios de adónde han de ir en sus misiones. Lilith, la única mujer con cierta importancia en los infiernos, mujer de Lucifer y amante de Belcebú, encargada de hacer desaparecer a los demonios a su antojo, ha provocado infinitos destierros a los mares del olvido al acostarse con todo aquel demonio que se le antojaba; es la culpable de la infidelidad, el engaño y los celos en el mundo humano. Bajo todos éstos, se encontraban los demonios aéreos, quienes tenían a Azazel de mentor; los ígneos, aquellos que viven en la oscuridad y se apoderan del miedo de las personas para hacerlas pecar, su mentor es Astarot; los subterráneos y acuáticos, encargados, respectivamente, de las profundidades terrestres y marinas para poder matar a los humanos, así Amodeo y Belcebú son sus mentores; los cambiaformas, bajo el control de Lucifer, y los incubos y sucubos, mujeres y hombres dedicados a la incitación sexual que consiguen corromper las almas de los humanos gracias a su físico acostándose con ellos, bajo el poder y control de Lilith. Por supuesto que, en algunos casos, sobre todo aquellos que son demonios puros; es decir, hijos de dos demonios, nacidos en el infierno, pueden ser mestizos. Es el caso de Hyunseung, uno de los muchos hijos de Lucifer y de Lilith, siendo así un cambia formas y un incubo.
Los demonios, desde que nacen o desde que son arrastrados al infierno irremediablemente, están destinados a hacer lo que su rol en aquel lugar les obliga a llevar a cabo, sin marcha atrás, sin lugar alguno para elegir por sí mismos. Se entrenan durante los diez o quince primeros años de su vida y, una vez son lo suficientemente inteligentes y se saben desenvolver por sí mismos sin caer en desgracia alguna y poner en evidencia a los reyes del inframundo, son mandados a la Tierra a cumplir con su deber. Hyunseung pisó la Tierra por primera vez en su decimoquinto cumpleaños, siendo encargado de corromper a una agradable mujer de un sacerdote, casada con él muy joven por elección de sus padres, habiendo sido su matrimonio, de esa forma, premeditado sin permitirla opinar. No le llevó mucho tiempo conseguir que ella accediera a acostarse con él, no una ni dos veces, sino varias más, haciendo uso de diferentes cuerpos para intensificar la mala reputación con la que se quedó. Era, simplemente, una presa fácil para un aprendiz. Como no podía ser menos, siguió cumpliendo a la perfección con los mandados que le hacían: se acostaba con mujeres, seducía a aquellas que muchos de los mundanos tachaban de imposibles, bebía y jugaba, vivía a costa de los humanos, y pasaba los años haciendo aquello que más le gustaba: joder el mundo más de lo que ya de por sí estaba jodido. Iba y volvía a través de diferentes portales a todos los lugares del planeta y nunca se quedó por más de un par de días en el mismo lugar. Realmente repudiaba a toda aquella... gente.
Nunca conoció ningún sentimiento humano, de esos que muchas de las mujeres que solía corromper le hablaban mientras se creían que se quedaría con ellas después de haberlas usado. Amor, amistad, enojo, celos... todos aquellos sentimientos no existían en el Infierno como tales, eran simple creaciones de los Demonios mayores, por lo que él nunca los experimentó ni los experimentaría jamás. Y tampoco lo necesitaba, de eso estaba seguro.
Cierta noche se escapó con uno de los hijos de Lilith y de Azazel y, mientras él se encargó de las almas de las adultas y de las adolescentes, su compañero se encargó de robar las almas a los niños que dormían plácidamente en la oscuridad. Hacían un buen equipo, aunque ninguno de los dos lo admitiera, lo comentara o lo fuera a hacer en un futuro; era imposible que eso ocurriera, siendo sinceros. En cambio, en lugar de mandar directamente las almas al Infierno, adonde ahora pertenecían, pasaron el resto de la noche en la Tierra y uno de los enviados del Dios del Cielo consiguió salvar el alma de uno de los niños. Al llegar al inframundo, ambos compañeros fueron condenados a medio siglo humano de reclusión. Quedaron encerrados durante cincuenta años en celdas apartadas de todo, entre las llamas más altas y peligrosas de aquel lugar. Cuando salieron, no volvieron a hablar del tema. Por aquel entonces, Hyunseung tenía ya veintiséis años demoníacos, y el mundo que él una vez hubo conocido era completamente diferente al que recordaba.
Hyunseung fue mandado a la Tierra una vez más como última prueba que confirmaría que había aprendido la lección. Antes de aquello, fue torturado por las llamas capaces de abrasar a los demonios, llenaron su espalda de fuertes latigazos, dejando marca en su pálida piel, y fue condenado eternamente a no poder tener descendientes con otro demonio y, si los tenía con una humana, dicho hijo sería condenado a su vez a nacer como demonio y a ser esclavo de los infiernos por toda la eternidad. Aquello último no le preocupó en absoluto, pues si había dejado embarazada o no a alguna de las mujeres terrenales con las que se había acostado a lo largo de su vida, las cuales ya estarían o muy ancianas o muy muertas, no le importaba ni siquiera un poco.
-Tu próxima víctima es Kim Hyuna, nacida en Corea del Sur. No parece ser una presa fácil, algunos lo han intentado antes que tú. Más te vale no fallar esta vez, Hyunseung, o será lo último que hagas. -Aquellas palabras se le quedaron grabadas en la mente, se repetían una y otra vez sin poder evitarlo, sin que hubiera forma alguna de sacarlas allí, y lo peor era que no se trataba de una metáfora, pues aquel demonio se había encargado de que, tras un periodo de tiempo, resonaran en su mente sin que pudiera borrarlas o deshacerse de ellas. Hyunseung no podía fallar aquella vez, no por su padre, no por el castigo, sino por su propio orgullo.
De esa forma se dirigió a un portal que comunicaba con el país al que había hecho referencia su padre previamente, aunque no tenía siquiera idea de si aquella mujer seguiría viviendo allí o no. Parecía ser que en aquella ocasión no tenía la más mínima ayuda por parte de los demás demonios. Era él solo, frente a un mundo que veía por primera vez. Una vez pisó el suelo surcoreano, se encontró a sí mismo perdido entre una multitud de personas, las cuales le miraban de una forma un tanto extraña, algo normal, si se contaba con que había aparecido desnudo en mitad de una de las mayores calles de aquel país. En cambio, fue listo al cambiar su forma antes de cruzar el portal. Se metió en cualquier tienda de ropa al azar y cogió algo de ropa, una vez dentro del probador, salió con ésta puesta y se fue de la tienda, claramente, sin pagar. Los de seguridad le persiguieron pero no le encontraron. Había cambiado nuevamente de forma, ahora era él, aquel joven ligeramente musculado, alto y con el pelo blanco de siempre, caminando por las calles y encontrándose, entre las pantallas de luces que reflejaban a gente bailando y cantando, gente mirando aparatos electrónicos en sus manos y algún que otro animal suelto, los cuales le recordaban ciertamente al Cerbero, con un anuncio en una de las grandes pantallas: "¡Empieza la cuenta atrás para el 2016!". Bien, por lo menos estaba ubicado temporalmente.
Jang Hyun Seung
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Re: There is a hell, believe me. | Troublemaker
"El que habita al abrigo del Altísimo, morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío. Porque Él te libra del lazo del cazador y de la pestilencia mortal. Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad. No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día. Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará... [...]" Biblia, Salmos, 91.
Eso era lo que constantemente tenía que repetir Hyuna y otra vez, en las noches, cuando sabía que tenía bestias acechándola que no era precisamente de este mundo, si no, el que estaba debajo de sus pies. Desde muy pequeña había sido educada con la idea clara de que existían tres mundos conviviendo con los humanos, sin comprenderlo en aquel entonces, solo preguntándose por qué debía asistir a una escuela religiosa donde su padre era uno de los profesores y curas más importantes dentro y fuera del país. Nunca cuestionó su segundo trabajo, el de exorcista, solo tenía en cuenta que debía repetir verso tras verso cuando tenía miedo, cuando las presencias hacían sus apariciones tan gratuitas, subiendo desde las escaleras hasta dar con su habitación y golpear la puerta con una fuerza sobrehumana. ¿Por qué nunca alcanzaban a doblegar su alma? Lo desconocía, igual decían que tenía cierto poder sobre ellos mientras mantuviera su mente limpia y no digamos de su corazón, debía estar aún puro, a pesar de estar viviendo con personas que desconocían el significado completo de esa palabra y su definición. Tampoco lo hacía sola, a veces, tenía una especie de nana que practicaba lo mismo que su adorado padre, teniéndola entre una especie de guardaespaldas y… ¿figura materna? Casi, casi rozaba eso último.
De nuevo, la criatura detrás de su puerta continuaba con querer derribarla, embestida tras embestida y si no fuera porque estaba acostumbrada posiblemente estaría encerrada en el armario mientras lloriqueaba que se marchara. Vaya, sus primeros tiempos fueron difíciles, ya que nadie parecía oírla desde fuera. Era como una maldición que solo vivías tú constantemente, enfrentándote a tus propios miedos, ya que la mayoría eran buenos usando esas técnicas. Respiró, buscando tranquilizarse, estrujando con fuerza el rosario que sostenía entre sus manos y continuando en voz baja recitando el salmo. Quería tranquilidad, paz, dormir. ¡No se rendían! Había perdido la cuenta de cuántos querían un ser como ella, en cuántos entes pedían su ayuda día a día, en lo complicado qué era huir en medio de tanta gente cuando querían agarrarte y llevarse consigo a las profundidades de la tierra. ¿Su ventaja? Cargar con agua bendita, frases especiales, también que aunque intentaran tocarla solían… quemarse. Según recordaba cuando entró en ese mundo era gracias a su “poder espiritual” ante un peligro eminente pero que nunca surgiría el mismo efecto si no sabía controlarlo. Por eso el colegio, por eso en su habitación era una decoración un tanto… peculiar. Cruces, libros sagrados, retratos, sobretodo en la puerta una especie de conjuro con otro rosario y clavado con una cruz. Mientras no se cayera, mientras ella mantuviera en pie su fe, todo estaría bien.
Hyuna se aferraba a su fe, a sus ganas de mantenerse consciente, de enfrentarlos… porque ya desconocía que era el temor, sentirse acorralada, pesadillas continuas donde sus familiares estaban muertos. Ya nada servía como método de tortura.
—Porque en mí ha puesto su amor, yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido mi nombre. Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré; lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación. —Susurró mientras pegaba la cabeza al colchón, aún con las manos juntas, rogándole a quien escuchaba arriba que enviara a sus ángeles en contra del ente de fuera y pudiera tener una madrugada medianamente serena. Antes de siquiera abrir los ojos, lo sintió marcharse gracias a las fuerzas celestiales, causando que sonreirá débilmente dando un ligero gracias hacia dónde suponía que estaban y ponerse en pie. Aún tenía la luz de la habitación encendida, miró a los lados comprobando que no era una trampa, quedándose tranquila al oír uno de los ángeles hablarle en su mente que ya debía irse a dormir. Asintió despacio, echando la sábana un lado y meterse en seguida en la cama. — Buenas noches, Uriel. —Dijo antes de caer en brazos de Morfeo. Mañana sería un día duro al explicárselo a su nana cuando volviera del viaje, dejarla sola un mes había sido caótico, el primero de su vida en el que combatía sin pedir ayuda a los demás. Se sintió orgullosa. Ese fue su último pensamiento.
Reconocía que estaba soñando, pero no podía ver el rostro de quien la acompañaba, confundiéndose por el hecho de que sentía su aura oscura y sin embargo se veía tranquila sosteniendo su mano, recorriendo un camino de color carmesí que no conducía a ninguna parte. Lo veía mover los labios, solo los labios, su nombre y desconocía lo demás, dejándola con una gran intriga en su interior. Su corazón palpitó desesperado, él también quería saber quién era ese desconocido, animándose a levantar la vista en su dirección con tal de intentar descifrar de dónde venía o si conseguía destaparlo pero antes siquiera de hacerlo, se despertó agitada sentándose de golpe. Reconocía que estaba sudando a mares, además que su cama parecía haber sido removida por sí misma, buscando con desesperación el collar que siempre usaba como amuleto de la suerte y emitió un suspiro de alivio al encontrarlo debajo de su almohada. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué estaba de forma pacífica con esa cosa? No lo comprendía, quizás solo era un sueño avisándole de un posible enemigo a sus espaldas que nunca lo vería de esa manera porque sabía esconderse, solo que, no lo sentía humano. En ningún aspecto. Entonces, ¿qué pasaba con sus sentidos? ¿Era un aviso de la posible catástrofe en su vida? ¿Un ser querido que iba a morir? No lo tenía claro, no había respuesta, así que mejor optó por irse a dar una ducha rápida para quitarse cualquier rastro de sudor y relajarse, lo necesitaba, hoy en especial.
Al terminar incluso de vestirse, se dio un desayuno rápido, mirando el calendario que tenía pegado encima de la nevera y dentro de poco sería nochebuena, además de Navidad, tenía que ir a comprar los regalos para los invitados, para su nana, para su padre, ingredientes para la cena ya que serían unos cuantos ese día porque su casa había sido escogida por todos. No era de extrañar, decían que con su compañía se sentían bien y a salvo, ¿irónico, verdad? Cuando tenía que lidiar día a día con cosas que eran… terroríficas. Incluso un escalofrío sacudió su cuerpo de solo recordar ese pequeño detalle, y evitó tales pensamientos, estando apurada para apuntar lo que debía comprar necesariamente para hoy y futuramente el día de visita. Rezaría porque al volver tuviera una ayuda para preparar la cena, era lo de menos, ¿no? Por haberla dejado abandonada, porque así se sentía, ya que en parte quería ir a Italia. ¡Por dios, Italia, en Europa! Pero ellos decidieron que era mejor dejarla cuidando del hogar. Odiaba aún ser tratada como una infante, sin que pueda salir a las esquinas si nadie lo sabía, sin poder entablar conversación con un extraño por si posiblemente la secuestraban y no sería la primera vez, solo que, ya no era tan pequeña para caer en la trampa de los caramelos. No, no lo era. ¡Y sabía defenderse! A pesar de que había usado ese discurso aquel día no sirvió de nada puesto que su sentencia fue claramente quedarse encerrada. Tenían que haberla llamado Rapunzel, sería mejor, excepto que no tenía ninguna bruja malvada criándola ni un príncipe encantador que viniera a visitarla. Lástima… lo último no estaba mal. Sería una grata compañía, un amor, ah... Espera, Hyuna, concéntrate que debes hacer tus tareas antes del anochecer para que nadie se preocupe ni envíe vigilancia constante.
Antes de darse cuenta estaba en el centro, tachando lo que había ya adquirido, con unas cuantas bolsas en las manos y la otra mitad había sido enviada a su casa, tratos especiales, sin duda. Quiso levantar la vista, pero, fue mala idea porque tropezó con unas cuantas personas, sus pies se enredaron con perro pequeño que comenzó a ladrar en su dirección y en un parpadeó estaba en el suelo de bruces con las bolsas a su lado. Genial, hoy se veía que era un gran día sin duda, acompañado de una dulce caída y enemiga de un animal que aún insistía a gruñirla a kilómetros de distancia. Se mordió la lengua por no soltar insultos, recogiendo poco a poco lo que había escapado de sus bolsas, guardándolas, buscando la última que mágicamente estaba a pies de un muchacho embelesado con ver la pantalla que anunciaba que el año nuevo estaba por llegar. Lo dejó pasar, cogiendo lo que era suyo, marchándose por su camino y cargar con lo que debía en dirección de su casa. Si no fuera porque hoy no estaba de suerte, reconociendo el escalofrío que recorría su sistema nervioso, temblándole ligeramente las piernas y para cuando quiso percatarse había uno al final de la calle que estaba viéndola directamente a su dirección. Dispuesta a irse por otro lado, oía los pasos, así que se apresuró con tan mala suerte de llevarse al chico de antes por delante. ¡Ya se disculpará otro día! Necesitaba volver cuanto antes a casa, echar sal, hacer muchas cosas para que no la atraparan.
Mendiga mi suerte, papá, mendiga mi suerte era lo que repetía una y otra vez en su mente, entrecerrando los ojos, tenía que apresurarse si no quería crear un espectáculo en la calle no apto para nadie.
Eso era lo que constantemente tenía que repetir Hyuna y otra vez, en las noches, cuando sabía que tenía bestias acechándola que no era precisamente de este mundo, si no, el que estaba debajo de sus pies. Desde muy pequeña había sido educada con la idea clara de que existían tres mundos conviviendo con los humanos, sin comprenderlo en aquel entonces, solo preguntándose por qué debía asistir a una escuela religiosa donde su padre era uno de los profesores y curas más importantes dentro y fuera del país. Nunca cuestionó su segundo trabajo, el de exorcista, solo tenía en cuenta que debía repetir verso tras verso cuando tenía miedo, cuando las presencias hacían sus apariciones tan gratuitas, subiendo desde las escaleras hasta dar con su habitación y golpear la puerta con una fuerza sobrehumana. ¿Por qué nunca alcanzaban a doblegar su alma? Lo desconocía, igual decían que tenía cierto poder sobre ellos mientras mantuviera su mente limpia y no digamos de su corazón, debía estar aún puro, a pesar de estar viviendo con personas que desconocían el significado completo de esa palabra y su definición. Tampoco lo hacía sola, a veces, tenía una especie de nana que practicaba lo mismo que su adorado padre, teniéndola entre una especie de guardaespaldas y… ¿figura materna? Casi, casi rozaba eso último.
De nuevo, la criatura detrás de su puerta continuaba con querer derribarla, embestida tras embestida y si no fuera porque estaba acostumbrada posiblemente estaría encerrada en el armario mientras lloriqueaba que se marchara. Vaya, sus primeros tiempos fueron difíciles, ya que nadie parecía oírla desde fuera. Era como una maldición que solo vivías tú constantemente, enfrentándote a tus propios miedos, ya que la mayoría eran buenos usando esas técnicas. Respiró, buscando tranquilizarse, estrujando con fuerza el rosario que sostenía entre sus manos y continuando en voz baja recitando el salmo. Quería tranquilidad, paz, dormir. ¡No se rendían! Había perdido la cuenta de cuántos querían un ser como ella, en cuántos entes pedían su ayuda día a día, en lo complicado qué era huir en medio de tanta gente cuando querían agarrarte y llevarse consigo a las profundidades de la tierra. ¿Su ventaja? Cargar con agua bendita, frases especiales, también que aunque intentaran tocarla solían… quemarse. Según recordaba cuando entró en ese mundo era gracias a su “poder espiritual” ante un peligro eminente pero que nunca surgiría el mismo efecto si no sabía controlarlo. Por eso el colegio, por eso en su habitación era una decoración un tanto… peculiar. Cruces, libros sagrados, retratos, sobretodo en la puerta una especie de conjuro con otro rosario y clavado con una cruz. Mientras no se cayera, mientras ella mantuviera en pie su fe, todo estaría bien.
Hyuna se aferraba a su fe, a sus ganas de mantenerse consciente, de enfrentarlos… porque ya desconocía que era el temor, sentirse acorralada, pesadillas continuas donde sus familiares estaban muertos. Ya nada servía como método de tortura.
—Porque en mí ha puesto su amor, yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido mi nombre. Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré; lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación. —Susurró mientras pegaba la cabeza al colchón, aún con las manos juntas, rogándole a quien escuchaba arriba que enviara a sus ángeles en contra del ente de fuera y pudiera tener una madrugada medianamente serena. Antes de siquiera abrir los ojos, lo sintió marcharse gracias a las fuerzas celestiales, causando que sonreirá débilmente dando un ligero gracias hacia dónde suponía que estaban y ponerse en pie. Aún tenía la luz de la habitación encendida, miró a los lados comprobando que no era una trampa, quedándose tranquila al oír uno de los ángeles hablarle en su mente que ya debía irse a dormir. Asintió despacio, echando la sábana un lado y meterse en seguida en la cama. — Buenas noches, Uriel. —Dijo antes de caer en brazos de Morfeo. Mañana sería un día duro al explicárselo a su nana cuando volviera del viaje, dejarla sola un mes había sido caótico, el primero de su vida en el que combatía sin pedir ayuda a los demás. Se sintió orgullosa. Ese fue su último pensamiento.
Reconocía que estaba soñando, pero no podía ver el rostro de quien la acompañaba, confundiéndose por el hecho de que sentía su aura oscura y sin embargo se veía tranquila sosteniendo su mano, recorriendo un camino de color carmesí que no conducía a ninguna parte. Lo veía mover los labios, solo los labios, su nombre y desconocía lo demás, dejándola con una gran intriga en su interior. Su corazón palpitó desesperado, él también quería saber quién era ese desconocido, animándose a levantar la vista en su dirección con tal de intentar descifrar de dónde venía o si conseguía destaparlo pero antes siquiera de hacerlo, se despertó agitada sentándose de golpe. Reconocía que estaba sudando a mares, además que su cama parecía haber sido removida por sí misma, buscando con desesperación el collar que siempre usaba como amuleto de la suerte y emitió un suspiro de alivio al encontrarlo debajo de su almohada. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué estaba de forma pacífica con esa cosa? No lo comprendía, quizás solo era un sueño avisándole de un posible enemigo a sus espaldas que nunca lo vería de esa manera porque sabía esconderse, solo que, no lo sentía humano. En ningún aspecto. Entonces, ¿qué pasaba con sus sentidos? ¿Era un aviso de la posible catástrofe en su vida? ¿Un ser querido que iba a morir? No lo tenía claro, no había respuesta, así que mejor optó por irse a dar una ducha rápida para quitarse cualquier rastro de sudor y relajarse, lo necesitaba, hoy en especial.
Al terminar incluso de vestirse, se dio un desayuno rápido, mirando el calendario que tenía pegado encima de la nevera y dentro de poco sería nochebuena, además de Navidad, tenía que ir a comprar los regalos para los invitados, para su nana, para su padre, ingredientes para la cena ya que serían unos cuantos ese día porque su casa había sido escogida por todos. No era de extrañar, decían que con su compañía se sentían bien y a salvo, ¿irónico, verdad? Cuando tenía que lidiar día a día con cosas que eran… terroríficas. Incluso un escalofrío sacudió su cuerpo de solo recordar ese pequeño detalle, y evitó tales pensamientos, estando apurada para apuntar lo que debía comprar necesariamente para hoy y futuramente el día de visita. Rezaría porque al volver tuviera una ayuda para preparar la cena, era lo de menos, ¿no? Por haberla dejado abandonada, porque así se sentía, ya que en parte quería ir a Italia. ¡Por dios, Italia, en Europa! Pero ellos decidieron que era mejor dejarla cuidando del hogar. Odiaba aún ser tratada como una infante, sin que pueda salir a las esquinas si nadie lo sabía, sin poder entablar conversación con un extraño por si posiblemente la secuestraban y no sería la primera vez, solo que, ya no era tan pequeña para caer en la trampa de los caramelos. No, no lo era. ¡Y sabía defenderse! A pesar de que había usado ese discurso aquel día no sirvió de nada puesto que su sentencia fue claramente quedarse encerrada. Tenían que haberla llamado Rapunzel, sería mejor, excepto que no tenía ninguna bruja malvada criándola ni un príncipe encantador que viniera a visitarla. Lástima… lo último no estaba mal. Sería una grata compañía, un amor, ah... Espera, Hyuna, concéntrate que debes hacer tus tareas antes del anochecer para que nadie se preocupe ni envíe vigilancia constante.
Antes de darse cuenta estaba en el centro, tachando lo que había ya adquirido, con unas cuantas bolsas en las manos y la otra mitad había sido enviada a su casa, tratos especiales, sin duda. Quiso levantar la vista, pero, fue mala idea porque tropezó con unas cuantas personas, sus pies se enredaron con perro pequeño que comenzó a ladrar en su dirección y en un parpadeó estaba en el suelo de bruces con las bolsas a su lado. Genial, hoy se veía que era un gran día sin duda, acompañado de una dulce caída y enemiga de un animal que aún insistía a gruñirla a kilómetros de distancia. Se mordió la lengua por no soltar insultos, recogiendo poco a poco lo que había escapado de sus bolsas, guardándolas, buscando la última que mágicamente estaba a pies de un muchacho embelesado con ver la pantalla que anunciaba que el año nuevo estaba por llegar. Lo dejó pasar, cogiendo lo que era suyo, marchándose por su camino y cargar con lo que debía en dirección de su casa. Si no fuera porque hoy no estaba de suerte, reconociendo el escalofrío que recorría su sistema nervioso, temblándole ligeramente las piernas y para cuando quiso percatarse había uno al final de la calle que estaba viéndola directamente a su dirección. Dispuesta a irse por otro lado, oía los pasos, así que se apresuró con tan mala suerte de llevarse al chico de antes por delante. ¡Ya se disculpará otro día! Necesitaba volver cuanto antes a casa, echar sal, hacer muchas cosas para que no la atraparan.
Mendiga mi suerte, papá, mendiga mi suerte era lo que repetía una y otra vez en su mente, entrecerrando los ojos, tenía que apresurarse si no quería crear un espectáculo en la calle no apto para nadie.
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